Después de varios meses de confinamiento, el encierro físico eliminó muchos “distractores” de la vida cotidiana, esos que ayudaban a no pensar en las insatisfacciones de la vida.
Esto ha resultado de dos maneras:
- Quienes rápidamente tomaron acciones y emprendieron cambios adaptativos.
- Quienes se dieron cuenta de lo atrapados que han estado desde hace mucho tiempo en una vida que no les gusta, y entre más lo piensan, más se encierran. Este sufrimiento está detonando mucha tristeza y hasta desesperanza.
La falta de la interacción social habitual agudiza ese sentimiento de “no conectar” realmente con las personas y la necesidad de apoyo emocional, esa que ya se sentía. Se profundiza un ensimismamiento al que se le ve muy lejos la salida.
Ensimismarse, en principio, no perjudica porque es necesario el autodiálogo o monólogo interior, y hay que pensar mucho para existir, como diría Descartes, afirmando que el hombre se crea a sí mismo.
Pero cuando este encierro se convierte en un espiral sin material real para reflexionar, se suscita el desánimo y la angustia de no saber cuánto tiempo más pasará para saber cómo será en el futuro. Lo que se encuentra es el vacío.
En estos casos la psicoterapia está teniendo una función que parece paradójica, es una ventana al exterior, porque para pensar también hay que salir afuera de uno mismo. El diálogo con un otro nos ayuda a ver un mundo diferente a través de sus ojos, de sus ideas y encontrar esta posibilidad de ser suficiente para lo que buscamos.
Si este encierro físico te ha llevado a encerrarte en tu mente sin encontrar paz, intenta un diálogo abierto, habla sobre estas cosas que piensas, no tengas miedo de confrontar tus ideas con las de otros. Entre las personas que conoces siempre hay alguien interesado en ti (o interesante para ti) con quien podrás llevar este soliloquio al coloquio.
Aquí estoy conectada para escucharte mejor!